Cuando la Tierra Sangró: Argentina 1976-1983

Imagina una nación que se desgarra, no desde sus fronteras, sino desde el alma misma. Argentina, a mediados de los años 70, no estaba al borde de un precipicio; era el precipicio. Un escenario donde los hilos invisibles de la política, la economía y la violencia se tejieron en una trama tan oscura y cruel que culminaría en el capítulo más brutal de su historia moderna. Esta es la verdad.

La década de 1970 fue una caldera hirviendo. La sociedad argentina clamaba, se agitaba: protestas masivas y una radicalización social crearon un clima de confrontación que presagiaba lo peor. En el ojo de esa tormenta, el gobierno de Isabel Perón era un barco sin capitán en medio de un huracán desatado. La economía ardía sin control: en 1975, la inflación anual se disparó a un escalofriante 180%. Las calles eran una carnicería; 389 vidas se perdieron solo ese año. En medio de ese caos asfixiante, para muchos, la única salida parecía ser una intervención militar. Pero, ¿fue realmente la única opción, o una trampa diseñada con sangre fría y calculada precisión?

La Cuenta Regresiva al Infierno

La historia de una catástrofe nunca ocurre de la noche a la mañana. Hay un camino, una serie de decisiones, traiciones y errores que, uno a uno, tejen la red que lleva a la oscuridad. Esta es la cuenta regresiva que condujo a la noche más larga.

  • 1973 - El regreso del mito: Juan Domingo Perón, el hombre, el símbolo, aterriza de nuevo en su patria tras años de exilio. Gana las elecciones y el peronismo recupera el poder. Una ola de esperanza, casi mesiánica, inunda la nación. Irónicamente, esa misma esperanza sería el combustible de una nueva y más brutal confrontación interna.
  • 1 de julio de 1974 - La caída del ícono: Perón muere. El vacío que deja es inmenso, abrumador. Su esposa, Isabel, asume la presidencia. El país, atónito, se tambalea; la nave queda a la deriva, sin un rumbo claro en un mar de incertidumbre.
  • 1974 - El horror emerge de las sombras: Mientras la lucha entre facciones se intensifica y la debilidad del gobierno se hace palpable, una nueva y oscura fuerza surge de las sombras: la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Esta organización parapolicial de ultraderecha, coordinada por el mismísimo Ministro de Bienestar Social, José López Rega, comienza su purga. Asesinatos, amenazas y atentados marcan el nacimiento del terrorismo de Estado, operando a plena luz del día, incluso antes del golpe militar.
  • Octubre / Diciembre 1975 - El pretexto perfecto: Los días finales de 1975 encontraron a Argentina al borde de la explosión. En medio de ese frenesí, dos acciones audaces pero fatalmente mal calculadas se convertirían en el combustible que los golpistas esperaban. Los Montoneros, con su ataque al Regimiento de Infantería de Monte 29 en Formosa, buscando armas, y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), con la osada pero desastrosa toma del Batallón de Arsenales 601 en Monte Chingolo —el mayor golpe guerrillero en la historia del país—, dieron a los militares la coartada que necesitaban. Aquellas operaciones, que debían ser un punto de inflexión para las guerrillas, terminaron siendo su epitafio. Ofrecieron, en bandeja de plata, la justificación moral y política que las Fuerzas Armadas necesitaban desesperadamente. La narrativa oficial se construía sola: un país desbordado por el "caos subversivo", clamando por orden. La intervención militar ya no era una posibilidad; era una sentencia. ¿Fueron estos ataques un error ingenuo o una provocación inconsciente que allanó el camino para un horror mucho mayor?
  • 24 de marzo de 1976 - La noche más larga: Las Fuerzas Armadas ejecutan su plan con precisión militar. El gobierno de Isabel Perón cae sin resistencia. Comienza el "Proceso de Reorganización Nacional", un nombre pulcro para una era de terror. El abismo se abre por completo.

Las Guerras en las Sombras

Ideales al Rojo Vivo

Pero antes del golpe final, Argentina ya era un campo de batalla. Un conflicto ideológico, brutal y sin cuartel, se libraba en las calles, las aulas y la clandestinidad. Dos visiones irreconciliables del país chocaban, y de la profundidad de sus debates nacían las tragedias que marcarían una generación.

En el torbellino de la izquierda revolucionaria argentina, no había un solo camino, sino dos que se separaban en un debate feroz. Como dos ríos caudalosos que buscaban desembocar en el mismo mar de la revolución, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) chocaron. Su campo de batalla no era de balas, sino de ideas: las páginas de la revista Cristianismo y Revolución, donde se jugaba el destino de miles.

Las FAR, lideradas por Carlos Olmedo, se aferraban a las raíces nacionales, al peronismo, como la brújula ineludible de su causa. Para ellos, la clase obrera peronista no era solo una parte; era el corazón palpitante de la revolución. Veían el peronismo como una "experiencia obrera fundamental", una identidad inquebrantable, y sospechaban de cualquier ideología externa que pudiera ser una "conciencia distorsionada". Se mofaban del PRT-ERP, insistiendo en que la revolución debía nacer de la tierra argentina, no de manuales importados.

Por otro lado, Mario Roberto Santucho y el PRT-ERP tenían una visión global, sin fronteras. Para ellos, la revolución socialista era un árbol cuyas raíces se extendían por todo el mundo, siendo "internacional en su contenido y nacional en su forma". La clase obrera argentina era solo una pieza de un gran movimiento comunista mundial. Su ideología era blanco o negro: burguesa o socialista, sin matices. El peronismo, en su mapa mental, era un cáncer, un movimiento "nacionalista burgués y contrarrevolucionario" que debía ser extirpado.

En este choque de visiones, cada grupo estaba convencido de tener la única verdad, sin prever que esta división interna sería una de las grietas que, sumadas a otras, llevarían a la tragedia y a su propia aniquilación.

Los Ejércitos Secretos

De estas ideas en conflicto, y de una profunda insatisfacción con el sistema, nacieron los ejércitos clandestinos. Cada uno con su método, cada uno con su destino sellado en sangre en una escalada de violencia que no tendría retorno.

Montoneros: La guerrilla peronista y su trágico regreso al abismo.

Con raíces católicas y nacionalistas, Montoneros emergió en 1970. Su objetivo: derrocar la dictadura militar, traer de vuelta a Perón y construir un "socialismo nacional". Su carta de presentación fue el secuestro y asesinato del General Pedro Eugenio Aramburu en mayo de 1970, además de audaces asaltos como el de La Calera buscando armas y dinero. El fuego ya estaba encendido.

Con el regreso de la democracia en 1973, Montoneros "suspendió" la lucha armada (pero, crucialmente, no se desarmó). Se integraron al gobierno de Cámpora, infiltrando sus frentes de masas. Sin embargo, la relación con Perón fue una danza macabra de ambivalencia, culminando en mayo de 1974 cuando el propio Perón los descalificó públicamente como "estúpidos imberbes", una herida que jamás sanaría y que marcó un punto de quiebre.

Tras la muerte de Perón en julio de 1974, Montoneros tomó la decisión fatal de regresar a la clandestinidad y retomar la lucha armada abierta. Este paso, que ellos mismos describirían después como el "error madre", los conduciría directamente a la aniquilación. Intensificaron sus acciones contra fuerzas militares, policiales y empresariales, alimentando sin querer la narrativa que los golpistas necesitaban para justificar el terror que se avecinaba.

Sus arcas se nutrían de secuestros extorsivos, como el resonante caso de los hermanos Born, y asaltos a bancos. En octubre de 1976, buscaron legitimidad con la creación del Partido Montonero. Sin embargo, la organización sufrió un desmantelamiento brutal a partir de 1976, con desapariciones, torturas y asesinatos sistemáticos. La cúpula de Montoneros estaba informada del golpe de Estado de 1976 y, lejos de impedirlo, creyó que este agudizaría la lucha de clases, llevándolos a un enfrentamiento directo y definitivo con las Fuerzas Armadas. Este cálculo fue catastrófico. Para 1983, la organización estaba desarticulada, con un saldo aterrador: aproximadamente 5.000 muertos o desaparecidos.

El Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP): La llama guevarista que no se apagó.

El brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), fundado el 30 de julio de 1970, se guiaba por el marxismo-leninismo y el guevarismo. Su objetivo: un Estado socialista en Argentina a través de la "guerra revolucionaria obrera y socialista". Con una estructura militar rígida, desde escuadras hasta batallones, en 1973 dieron un golpe audaz: el asalto al Batallón de Comunicaciones 141 en Córdoba, obteniendo un arsenal inmenso.

A diferencia de Montoneros, el ERP nunca depuso las armas, ni siquiera con la asunción de Cámpora en 1973. Advirtieron que seguirán combatiendo a las empresas "imperialistas" y a las fuerzas armadas "contrarrevolucionarias". El peronismo era para ellos, sin matices, un "movimiento burgués" que debía ser combatido.

En 1974, lanzaron una campaña de "represalia" brutal, asesinando oficiales del Ejército Argentino en respuesta a la muerte de sus combatientes. Ojo por ojo, diente por diente.

El ERP fue desarticulado a principios de 1977 tras el devastador Operativo Independencia, que diezmó sus fuerzas en Tucumán. Su fracaso radicó, en gran medida, en una subestimación de la brutalidad represiva que se les venía encima y una sobreestimación de su capacidad de movilización popular frente a un enemigo implacable. Al igual que Montoneros, sus bajas fueron catastróficas, estimadas en unos 5.000 desaparecidos. Su líder, Mario Roberto Santucho, también había previsto el golpe de Estado de 1976 y, al igual que Montoneros, lo vio como el "comienzo de un proceso de guerra civil abierta". Una profecía autocumplida de dolor y aniquilación.

El Estado del Terror

Pero en las sombras, mientras las guerrillas operaban, una fuerza más siniestra ya tejía su propia red de horror. No era una guerrilla idealista, sino el brazo ejecutor de un Estado que se volvía brutalmente contra su propio pueblo. Este fue el verdadero comienzo del terror.

La Triple A (Alianza Anticomunista Argentina): El rostro del horror institucional.

Esta organización parapolicial de ultraderecha fue la expresión más cruda del terrorismo de Estado en Argentina, actuando con total impunidad. Fue creada y coordinada por José López Rega, el influyente Ministro de Bienestar Social bajo Cámpora, Perón e Isabel Perón. Sus filas se nutrían de ex tacuaras, militantes de derecha peronista, y lo más aterrador: contó con la participación activa de personal militar y policial. El Estado mismo se armaba contra sus propios ciudadanos.

Su misión: "eliminar a la izquierda" y erradicar la "infiltración marxista" dentro del movimiento peronista. Sus métodos eran sádicos y despiadados: asesinatos, amenazas, atentados, torturas y desapariciones forzadas. Sus víctimas: políticos, sindicalistas, intelectuales, estudiantes, artistas e incluso sus propias familias, sin distinción de militancia.

Desviaron fondos del Ministerio de Bienestar Social y se sospecha que se financiaron incluso con el tráfico de cocaína, operando como una mafia con apoyo oficial. Actuaron con la anuencia del propio Perón, según algunas fuentes, como parte de una estrategia para "depurar" el peronismo de elementos que consideraban subversivos. La purga había comenzado, y era sangrienta y sin límites.

La Triple A fue un factor decisivo en la escalada de violencia política que precedió al golpe de 1976. Contribuyó a crear un clima de "guerra sucia" y, lo más grave, a la instalación de los primeros centros clandestinos de detención. El terror ya era una realidad palpable, extendiéndose como una sombra sobre el país, mucho antes de que los tanques salieran a la calle el 24 de marzo.

El Nunca Más

El Abismo Abierto: Un plan sistemático

La década de 1970 en Argentina fue una herida que sigue abierta. Una polarización profunda y la existencia de guerrillas nacidas de ideales revolucionarios, chocaron frontalmente con la respuesta brutal de un Estado que abrazó el terrorismo de manera metódica. La represión no se limitó a los combatientes armados; se extendió, como una plaga, a cada rincón de la sociedad, silenciando voces y destruyendo vidas.

Durante años, se intentó maquillar el horror con una insidiosa "Teoría de los Dos Demonios" que pretendía equiparar la violencia de la guerrilla con la del Estado. Pero la historia, tozuda y dolorosa, revela una verdad mucho más brutal. No fue una guerra entre bandos iguales; fue un plan sistemático de exterminio estatal meticulosamente diseñado y ejecutado. Asesinatos, torturas, violaciones, desapariciones forzadas y el robo de bebés eran parte integral de la estrategia represiva. La represión no solo apuntó a militantes; su objetivo era silenciar a cualquiera que no encajara en el modelo de sociedad que el régimen quería imponer: obreros, estudiantes, intelectuales, artistas, profesionales. Cualquiera podía ser una víctima.

Las cifras son un eco aterrador del infierno vivido:

  • 8.961 casos documentados por la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), la cifra oficial.
  • 30.000 cifra simbólica es la estimada por los Organismos de Derechos Humanos, un número que representa la magnitud del genocidio.

Semillas de Justicia: La lucha inquebrantable

Pero de las cenizas del horror, surgió una luz tenue, pero inquebrantable: una lucha incansable por la memoria, la verdad y la justicia. El camino fue largo, doloroso y lleno de obstáculos, pero la sociedad argentina no se rindió.

  • El Juicio a las Juntas (1985): Un hito mundial.

    Un hecho histórico, sin precedentes a nivel global. Por primera vez en la historia, un tribunal civil juzgó y condenó a los líderes de una dictadura militar. Este juicio se convirtió en un faro de esperanza y un ejemplo global en la lucha contra la impunidad de crímenes de lesa humanidad.

  • Leyes de Impunidad y Anulación: La batalla no fue fácil.

    El camino hacia la justicia estuvo lleno de reveses. Leyes como "Punto Final" y "Obediencia Debida" intentaron blindar a los culpables, asegurando su impunidad. Pero la sociedad argentina, incansable y persistente, logró su anulación años después, reabriendo cientos de causas. La verdad, aunque lentamente y con mucho esfuerzo, se abría paso.

  • Faro en Derechos Humanos: Argentina lidera el camino.

    Gracias a este proceso ininterrumpido y ejemplar de Memoria, Verdad y Justicia, Argentina se convirtió en un referente internacional, el país con el mayor número de condenados por crímenes de lesa humanidad en la región y un modelo de cómo una sociedad puede sanar y buscar reparación.

La Promesa del Nunca Más

La Argentina de hoy se alza sobre los cimientos de una democracia forjada a base de dolor, pero también de resiliencia y aprendizaje. Una nación que ha aprendido de sus heridas más profundas. Un retorno a la dictadura, hoy, parece casi imposible, una pesadilla que se niega a repetir. ¿Las razones? Son varias y profundas:

  • Consenso Democrático Inquebrantable: La sociedad argentina rechaza visceralmente la violencia institucional y cualquier forma de quiebre democrático. La memoria del horror está grabada a fuego en el colectivo.
  • Fuerzas Armadas Subordinadas: El poder militar está, de manera efectiva, bajo el control civil, enfocado en la defensa nacional y completamente alejado de la injerencia en la política interna.
  • Justicia y DDHH Blindados: Los múltiples juicios, las condenas y la jerarquía constitucional de los tratados de derechos humanos han creado un robusto blindaje legal contra la impunidad.
  • Vigilancia Ciudadana y Contexto Global: Una sociedad civil activa, movilizada y siempre atenta, junto con un contexto global comprometido con la democracia, actúan como potentes disuasorios contra cualquier intento autoritario.

El "Nunca Más" resuena hoy más fuerte que nunca en cada rincón del país. Una promesa, forjada en el dolor más profundo y regada con la sangre de miles, que Argentina se niega, rotundamente, a olvidar. Porque la memoria es el único antídoto contra el olvido, y la justicia, la única vía para sanar.